Crรณnicas Cruzadas 1: La anciana y los miserables

Por Bruzualizar Media
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Leonardo Bruzual Vรกsquez


… otros ni los ven, como ni siquiera ven su sombra…


โ€”ยกQuรฉ escena tan miserable! Esa anciana desaliรฑada, vestida con trapos remendados, sacados como de un mantel viejo tirado a la basura y orinado por los gatos; camina, se arrastra, se sienta ese sitio todos los dรญas; siempre la veo ahรญ โ€”pensรณ, y mientras pensaba, lo decรญa a su acompaรฑante.
โ€”Para ti es fรกcil decirlo โ€”le replicรณ quien le sigue sus pasos, caminando al filo de la acera maltratada.
โ€”ยกNo, no es fรกcil! โ€”refutรณ frunciendo el ceรฑoโ€”. Es fรกcil pensarlo, pero decirlo me costรณ.ย ยฟSoy miserable por eso o mรกs miserable es ella?
โ€”Creo que todos en esta vida tenemos una cuota de miserables…
โ€”ยฟMiserables por cรณmo actuamos o por cรณmo pensamos? โ€”le interrumpiรณ, y se miraron firmes mientras la gente que caminaba en sentido contrario pasaba entre los dos.
โ€”A veces, solo por el hecho de ser, de vivir, de respirar, se es miserable โ€”su acompaรฑante se ajustรณ los anteojos en el tabique de la nariz, con el dedo izquierdo.
โ€”ยฟEntonces soy miserables por criticarla a ella sin saber por lo que pueda estarย pasando, sin saber por quรฉ se sienta ahรญ en ese lugar que ella hace miserable? โ€”terminรณ cuestionรกndose Pedro y se secรณ su sereno sudor sebรกceo que discurrรญa por su sien derecha, una gota frรญa como el hielo, que quemaba como el hielo seco adherido a la lengua.

Manos ancianas_de Sara Uria

‘Manos ancianas’ es una obra sobre lienzo realizada por la artista plรกstico espaรฑolaย Sara Urรญaย | Cortesรญa: Artelista

Aquella tarde siguieron su camino para tomar el tren subterrรกneo y pasaron por un costado de la plaza Francia de Altamira, ideada por el arquitecto Luis Roche โ€”fue un convenio entre ambos paรญses, en Parรญs hay una plaza Venezuelaโ€”, en cuyo centro hay un obelisco que enciende sus luces por la noche, aunque, muchรญsimas son las noches en que el mismo obelisco se siente miserable porque sus luces apagadas lo hacen ver mรกs oscuroย que la sombra que proyecta. Su dieta elรฉctrica seguramente estรก influenciada por la dieta energรฉtica que tiene todo el paรญs.

Cruzaron un par de transversales, esquivan algunos promontorios de basura en su andar, seguรญan hablando de la anciana que consideraron miserable como la crรญtica que le tejieron รฉl y su acompaรฑante. El perfume que destilaba los desperdicios que vomitaban lentamente las bolsas negras en la avenida San Juan Bosco generรณ que hicieran una crรญtica justa hacia los responsables de recogerla en aquel sector que muchos consideran como el mejor de la gran ciudad.

Van y vienen, vienen y van; bajan, suben, suben, bajan; la gente pasa, lento, rรกpido, caminando, trotando, por aquella acera y la ven allรญ; otros ni se percatan, otros no huelen la ropa lavada solo con agua, cabellos enjuagados solo con el sudor de los ancianos aรฑos de la anciana; no lo palpan con sus sentidos ni los que la ven, ni los que ni la ven.

Lo mรกs seguro es que ni se den cuenta de cรณmo llega esa octogenaria que habla sola en esa caminerรญa contigua a unย edificio en construcciรณn perteneciente a la Alcaldรญa. ยฟLa dejan ahรญ y la sientan? ยฟLlega sola y se sienta y luego coloca su manta de lana oscura sobre sus piernas y las dobla para dar la impresiรณn de que estรก invalida? ยฟVive cerca de allรญ y adorna el escenario para hacer el momento mรกs real, mรกs sufrible?

A la misma hora, en el mismo lugar, con su desdentada boca, con sus harapos fregados con agua de lluvia, con sus cicatrices de sus aรฑos que le pesan como si llevara una cruz de toneladas cubierta de espinas y con su tumbao enfermizo; la mujer, de canas largas que se entretejen con cabellos negros desteรฑidos, acude a lo que tomรณ como รบltimo trabajo de su vida: pedir limosnas sin abrir mucho la boca, ยกes que ni la abre! โ€”susurra mรกs suave que la brisa, mรกs tenue que el tac tacย de los tacones, mรกs dรฉbil que el sonidoย de los preocupados pensamientos de los peatonesโ€”. Suplica dinero con la expresiรณn de su rostro, de sus entristecidos ojos, gesto adolorido de sus decadentes dรฉcadas. Mete los churupos en su curtido monedero marrรณn, no por ser de cuero sino por lo sucio, por lo renegrido.

Pedro besa a su acompaรฑante en la mejilla โ€”muy cerca del filo de la boca donde termina la sonrisaโ€” cuando llegan a la esquina de la estaciรณn Altamira del metro de Caracas, en Chacao,ย estado Miranda.ย Unos caminantes se dan cuenta del gesto de amor, otros comentan, otros los dejan ser, otros ni los ven, como ni siquiera ven su sombra, sombra que no se refleja tampoco sobre el pavimento frรญo de la calle color excremento, olor excremento, hedores a aceite quemado y a comida rancia, rancia y que rezumaย un tufo รกcido, รกcido cual los comentarios de la muchedumbre que no aguanta la podredumbre del paรญs enfermo como la anciana. La anciana estรก menos enferma que el paรญs.

Mientras tanto, la matriarca sin dolientes asรญ como llega, se va, sin que nadie sepa mรกs de su vida; pero antes, desenrolla su moรฑa de cabellos, los intenta alisar con su peineta y su mano derecha, mientras tararea palabras que solo ella escucha. Los vuelve a enrollar para luego contar los billetes al son de mojar su dedo con la seca saliva de la punta de su lengua, para saber si la jornada de actuaciรณn estuvo buena, regular o mala. ยกQuรฉ escena tan miserable!

Capรญtulo II…


Apostillado

Dรญas despuรฉs, a la seรฑora de rostro marchito como una rosa se le ve mรกs sonriente, mรกs limpia, esperanzada, incluso tararea canciones mientras cuenta el fajo de billetes en el que predomina el color azul, el de dos bolรญvares, el de menor denominaciรณn en Venezuela. El tronco del รกrbol que alguna vez dio sombras ahรญ estรก casi al ras del suelo y a veces le sirve para descansar los magullados pies que se sancochan en sus zapatos negros.

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